Hoy por hoy se ha abierto paso entre los estudiosos la hipótesis de que el nombre de Homero no corresponde a un ser humano común y corriente. Se cree que con este apelativo la tradición ha simbolizado a un grupo de poetas que tuvieron la responsabilidad de armar en común la enorme estructura poética que ha llegado hasta nosotros.
Sin embargo, y más allá de cualquier disputa historicista, La Ilíada y La Odisea, únicos poemas conservados entre los tantos que se suponen creados por Homero, se sitúan en el nivel más alto de la expresión épica humana. Profundamente emparentados con el mito, y enraizados en una sociedad altamente humanista, respetuosa del individuo y de su excelencia, las dos obras se consideran, sin lugar a dudas, verdaderas descripciones simbólicas de su tiempo. En ellas, el heroísmo, virtud propia de la nobleza, nos habla de un universo humano extremado y poderoso. Y, al fin de cuentas, de estas dos obras deriva una manera tal de concebir la lengua, la literatura y la historia humana en su totalidad, que hasta nuestros días, tan distantes del alma de lo homérico, configuran un espíritu colectivo, un modelo de belleza social, o cuando menos, la posibilidad de concebir un mundo profundamente sagrado y majestuoso.
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