La obra está dividida en dos mitades. En cada una de ellas el poeta toma como guía las epopeyas homéricas. La primera narra los hechos, correrías y desventuras de Eneas. En ella sigue de cerca a La Odisea. La segunda parte se refiere a las guerras por la conquista del Lacio, hasta la fundación del reino de Lavinia. Aquí se ampara en La Ilíada. Sin embargo, existen diferencias claramente constatables entre La Eneida y las epopeyas de la antigüedad griega. Por ejemplo, a diferencia de Homero, que construye un poema épico de lo divino, Virgilio se acerca definitivamente a lo humano, aunque transferido a la leyenda.
Tal característica se manifiesta en el temperamento y la disposición de los personajes. Pero sobre todo, en la actitud literaria de conseguir una amalgama entre las fábulas antiguas, las razones ideológicas del momento y un sentido muy profundo de la historia. En efecto, La Eneida se escribe para sustentar la existencia privilegiada de Roma. Todo aquel largo trasegar del héroe para encontrar la tierra de sus antepasados, para dar con el sitio dónde asentar la futura ciudad prometida, habla de la imagen que un romano, consciente de su lugar en el mundo, guarda de sí y de su cultura. Y, sin embargo, La Eneida es una obra de arte, pues más allá de toda intención conmemorativa o declaratoria, el texto se sustenta sobre una dulce poesía, que en los momentos más inesperados asalta a los lectores y los inunda con esa intangible aunque profundamente sensitiva condición con que cuenta todo hacer poético genuino.
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